Lunes 27 de Enero de 2014
Cuando pensamos en viajar a Ámsterdam la primera imagen que me vino a la cabeza fue la de este lugar. Recuerdo haber leído el libro por primera vez cuando tenía unos quince años, y recuerdo pasar aquellos días imaginándome la vida de Ana entre aquellas paredes, recreando su habitación y las pequeñas estancias de su casa en mi mente, mientras leía como transcurría su vida durante dos años encerrada en aquel edificio con su familia y la familia de Peter.
Y la realidad resultó ser muy parecida a lo que por aquel entonces inventó mi imaginación.
En la visita a la Casa de Ana Frank está prohibido tomar fotografías por lo que he tomado prestada s algunas de las imágenes que aparecen en la web oficial. Describir solo con palabras lo que allí vimos sería muy difícil, pero quienes leyeron en algún momento el diario en el que Ana relató sus últimos dos años de vida seguro que pueden imaginarse a la perfección como es la casa en la realidad.
Para quienes quieran tener una idea mas detallada de la vivienda, a través de la misma web es posible realizar una visita virtual de cada una de sus estancias y sumergirte en el interior de la vivienda sin necesidad de viajar a Ámsterdam.
Seguimos con la intención de pasar el resto del día visitando la Plaza Dam y el Barrio Rojo, pero lo tuvimos que hacer con más prisas de las que nos hubiese gustado y casi, corriendo bajo la lluvia que a esas horas ya no dejaba de caer con fuerza. No sé si por la lluvia, la plaza más importante de Ámsterdam, la Plaza Dam, nos dijo más bien poco cuando la visitamos. Tenía unas expectativas muy altas con este lugar, y no sé por qué esperaba encontrarme un lugar algo más parecido a la Grote Mark de Brujas pero nada que ver… Vimos la Plaza, la Nieuwerkerk o Iglesia Nueva, y el Palacio Real aunque no tenemos ni una sola foto decente de esta última parte del día, porque con la lluvia fue imposible hacerlas.
Seguramente, dentro de unos años, llegará una primavera en la que volvamos a Holanda, en la que disfrutemos de los días soleados, de los campos llenos de tulipanes y de los mercados de los pueblos, una primavera en la que el tiempo no nos impida pasear hasta el faro de Marken o recorrer los canales de Ámsterdam en barco, pero hasta entonces, recordaremos estos fríos días del mes de enero en los Países Bajos.
Por la tarde continuamos paseando por Ámsterdam, perdiéndonos entre canales y descubriendo nuevos rincones mientras nos dirigíamos a uno de los lugares que más ganas tenía de conocer en la ciudad, la Casa de Ana Frank.
La lluvia nos había dado una tregua pero mientras nos acercábamos a nuestra siguiente visita comenzó a caer de nuevo y ya no dejó de hacerlo en lo que quedó de día.
La lluvia nos había dado una tregua pero mientras nos acercábamos a nuestra siguiente visita comenzó a caer de nuevo y ya no dejó de hacerlo en lo que quedó de día.
Cuando pensamos en viajar a Ámsterdam la primera imagen que me vino a la cabeza fue la de este lugar. Recuerdo haber leído el libro por primera vez cuando tenía unos quince años, y recuerdo pasar aquellos días imaginándome la vida de Ana entre aquellas paredes, recreando su habitación y las pequeñas estancias de su casa en mi mente, mientras leía como transcurría su vida durante dos años encerrada en aquel edificio con su familia y la familia de Peter.
Y la realidad resultó ser muy parecida a lo que por aquel entonces inventó mi imaginación.
En la visita a la Casa de Ana Frank está prohibido tomar fotografías por lo que he tomado prestada s algunas de las imágenes que aparecen en la web oficial. Describir solo con palabras lo que allí vimos sería muy difícil, pero quienes leyeron en algún momento el diario en el que Ana relató sus últimos dos años de vida seguro que pueden imaginarse a la perfección como es la casa en la realidad.
La habitación de Ana Frank Fuente: www.annefrank.org |
La puerta de acceso cubierta tras una falsa librería, los pasillos, las estrechas escaleras, las ventanas tapadas que impedían ver y ser observados, la buhardilla donde mirar al cielo… todo lo encontré tal y como lo había imaginado.
Distintas estancias de la Casa de Ana Frank. Fuente; www.annefrank.org
Algo mas de una hora después, el tiempo que duró nuestra visita, salimos de allí con una sensación extraña. Quizás fue el documental previo, quizás los vídeos que se exponen en los que se relatan los últimos días de vida de los “escondidos”, o quizás el saber ahora como terminó la vida de casi todos ellos, pero visitar este lugar cargado de historia nos pareció una de las mejores cosas que hicimos en Ámsterdam, y algo que seguramente recordaré siempre.
Cuando salimos, paseando junto al canal Prinsengracht pasamos junto al Museo Casa-Barco o House Boat Museum, un lugar donde es posible descubrir como es la vida a diario a bordo de una casa flotante, y que pasamos por alto por falta del tiempo. Como también tuvimos que prescindir de subir a contemplar las vistas desde la Torre de la Iglesia del Oeste o Westerkerk y tuvimos que conformarnos solo con visitar el exterior de la iglesia.
Seguimos con la intención de pasar el resto del día visitando la Plaza Dam y el Barrio Rojo, pero lo tuvimos que hacer con más prisas de las que nos hubiese gustado y casi, corriendo bajo la lluvia que a esas horas ya no dejaba de caer con fuerza. No sé si por la lluvia, la plaza más importante de Ámsterdam, la Plaza Dam, nos dijo más bien poco cuando la visitamos. Tenía unas expectativas muy altas con este lugar, y no sé por qué esperaba encontrarme un lugar algo más parecido a la Grote Mark de Brujas pero nada que ver… Vimos la Plaza, la Nieuwerkerk o Iglesia Nueva, y el Palacio Real aunque no tenemos ni una sola foto decente de esta última parte del día, porque con la lluvia fue imposible hacerlas.
Decidimos terminar la tarde con un paseo por el Barrio Rojo, donde vimos los típicos escaparates con luces de neón que las mujeres alquilan para ofrecer “sus servicios” y paseamos junto a la Iglesia Vieja (Oude Kerk) situada en este mismo barrio.
Nuestra idea inicial era terminar el día cenando por allí o quizás realizar alguno de los cruceros nocturnos de Canal Cruise por los canales de la ciudad, pero el frío y sobre todo la lluvia que a esas horas se había convertido ya en un diluvio hicieron que tuviésemos que correr a coger un taxi para volver al calor de nuestra habitación en el hotel.
A la mañana siguiente ya no llovía en la ciudad, nevaba en Ámsterdam, y solo pudimos dar un paseo por algunas de las zonas más próximas al hotel, repitiendo el recorrido por los canales que más nos habían gustado y regresando a algunos rincones por segunda vez, hasta que al medio día recogimos para emprender de nuevo el camino a casa.
Seguramente, dentro de unos años, llegará una primavera en la que volvamos a Holanda, en la que disfrutemos de los días soleados, de los campos llenos de tulipanes y de los mercados de los pueblos, una primavera en la que el tiempo no nos impida pasear hasta el faro de Marken o recorrer los canales de Ámsterdam en barco, pero hasta entonces, recordaremos estos fríos días del mes de enero en los Países Bajos.
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